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Este blog pretende recopilar todo lo que escribo por ahí, meter algún bocadillo de reflexión personal y por ahí alguna receta de guacamole.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Ambystoma mexicanum

De una consigna, esto. 

TP2: Reescritura de un cuento dado, utilizando otro punto de vista.
Cuento seleccionado: Axoltl de Julio Cortázar.
Punto de vista utilizado: Guardián del Acuario

Ambystoma mexicanum



Siempre supuse lo que estaba pensando cada vez que lo veía venir. Él se sentaba frente a las enormes peceras del acuario de Jardín des Plants y se quedaba allí, durante horas. Lo único que hacía era mirar a los axolotes. Me acuerdo del día en que lo vi convertirse en uno.

El Jardín des Plants es una de las atracciones indudables de París. Jardín botánico, zoológico y escuela. La primera vez que fui al lugar, quedé fascinado, sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. Entonces, llené una solicitud de empleo. Con mi título universitario de biólogo marino, la administración no tuvo mejor idea que ponerme en el puesto de guardia del acuario. Para ellos era el recurso humano perfecto: podía recibir tickets, cuidar a la personas y a los animales también.

Los días más laborales son los fines de semana por los grupos de turistas que se acercan. Durante la semana solo vienen algunos escolares, estudiantes universitarios y curiosos. Cuando lo vi a él mirar a los axolotes supe que iba a ser diferente. Al otro día, volvió. Se sentó frente a la pecera hasta la hora del cierre y así durante toda la semana. Se encontraba sumergido en el cósmico mundo de los anfibios.

Siempre pensé a los axolotes como dioses aztecas viejos. Crearon y vieron nacer el mundo. Ahora, descansan en estanques climatizados como ancianos en un geriátrico, sin poder hacer nada más que comer, caminar y pensar. Me gusta mirarlos, cuando no hay nadie, les hablo. Les cuento lo que la ciencia y la biología dicen que son: anfibios. Ahí están, flotando, en un estado larvario, propio del proceso de evolución.
  
Los del acuario son blancos, su cara triangular con impronta azteca tan propia de su lugar de origen, México. Allá los llaman ajolotes, me parece más natural, suena más picante y propio de ellos, mitológico. Tienen tres pares de branquias que le sirven para respirar de cada lado. Dos patas delanteras con cuatro dedos cada una y dos traseras con cinco. Sus ojos, sin párpados miran sin descanso y fijamente todo.

Hace un par de días que no veo al chico que venía a visitar a los axolotes.  La última vez que lo ví en el acuario me acerqué a el y le dije: “usted se los come con los ojos”. Me miró sorprendido. Sus ojos buscaban en mi mirada algo de complicidad, seguro quería saber si estaba tan hipnotizado como él con los axolotes o tal vez, pensaba que yo creía que él era un desequilibrado por estar ahí mirando fijo a los animales durante días.

Hoy me acerqué de vuelta a la pecera de los axolotes, estaba solo en el acuario. A nadie le interesa lo marino porque no se puede tocar. Todo está detrás de un vidrio que separa a la humanidad de la naturaleza, un vidrio que nunca nadie quiere traspasar. Ni la naturaleza misma. Hoy, les conté algo diferente. Les dije lo que podrían haber sido. Como anfibios, tienen la capacidad de seguir evolucionando. En el estado en que están pueden hacer una metamorfosis. Salir del agua y caminar sobre la tierra. Pueden, si quieren, ser como nosotros. En esa frase está lo extraordinario “si quieren” porque el axolote es el único anfibio que decide cuándo quiere evolucionar.


Entonces comprendí lo que había sucedido con el chico que venía a verlos. Yo había visto con mis ojos con párpados una metamorfosis de lo más increíble. El chico había decido ir más allá y traspasar el vidrio. Pude ver sus ojos en uno de los axolotes, el que me miraba fijo, el que estaba escuchando con atención todo lo que le contaba. Con la cabeza, negaba lo que decía. El no quería evolucionar, salir a la tierra. Prefería quedarse ahí, sólo pensando, en la pecera de un acuario en el Jardín des Plants en París, Francia.

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